sábado, 4 de septiembre de 2010

Tiempo

Tiempo congelado. Tiempo muerto, tiempo que se me escapa de las manos.
Maldigo las horas que pasan mientras me incendio por dentro. No quieras buscar más allá de lo que está escrito.
Horas, minutos, segundos, que se pierden vacíamente en un instante.
Cierro los ojos y me abrazo fuerte. Suelo abrazarme, ¿está mal?, me contengo, me doy amor. Amor que quizás no es correspondido,
porque tengo una relación amor-odio conmigo mismo, dejalo ahí, no lo entenderías nunca.
Susurro lentamente esas cosas que son irreales, cosas que anhelo y sueño pero que son inalcanzables,¿o no?
Sigo dormitando, sigo imaginando, continúo trazando senderos en mi vida que no tienen dirección definida; y entre tanta y tanta filosofía barata
de ensimismamiento masivo, aparece nuevamente ella.
Ella, bella e ingenua, no sabe que le escribo los versos más lindos, porque esos no salen a la luz, los guardo en un cajón.
No tiene idea de lo mucho que amo que me escriban, porque desconoce que para mí las palabras son mucho más que simples letras unidas entre sí.
Ella es de papel, es impredecible, es prohibida, es imprescindible y da los besos
más dulces de toda la galaxia. Definitivamente me es imposible escribir sin invocarla.
Ella y yo a veces somos uno y digo a veces, porque normalmente somos dos polos opuestos que juegan a amarse.